REFLEXIONES EN EL RUEDO; EL RETO HACIA UNA NUEVA ANTROPOLOGÍA
Mucho se ha hablado sobre la relación, casi inherente, entre la antropología y la diversidad. Tal parece que la disciplina, a pesar de sus esfuerzos recientes por "des-colonizarse", no puede prescindir del "otro" para su quehacer, permanencia y continuidad. Cuando digo "otro", por supuesto, no estoy empleando el término como una categoría unívoca para agrupar a aquellos que de por sí son diferentes. De manera que pareciera que la disciplina necesita inexorablemente del "otro-diferente" para desplegar su cúmulo metodológico y epistemológico, es decir, para investigar.
Cuando hablo de este "otro-diferente" tampoco me refiero a que esa reclamada, defendida y a veces promulgada diferencia sea de facto natural y dada. Muchos Antropolog@s trabajan con sujetos muy cercanos, similares y familiares a ellos y sus contextos. En esos casos, la diferencia se construye. Así pues, la disciplina emplea una lógica de "alterización" que le permite indagar, cuestionar, asombrarse y perseguir esa diferencia, en algunos casos construida, en otros simplemente resaltada y, en otros tantos invisibilizada. En consecuencia, no sólo los sujetos antropológicos son construidos y representados mediante la diferencia, sino que l@s mism@s antropolog@os también lo son.
Según estas representaciones- sin lugar a dudas un tanto dicotómicas y lejos de presentar una tipología- existen antropolog@s comprometid@s o apátic@s, aplicad@s y des-aplicad@s, activistas o académicos, militantes o eruditos con todas sus variantes y grados. La lista sería bastante larga si insistiera en continuar. Lo cierto es que "de todo hay en la viña del antropolog@" y precisamente esa diversidad que le da sentido a la disciplina es reafirmada constantemente por sus exponentes.
Me gustaría utilizar la corraleja como una analogía de la realidad social donde l@s antropol@s participan asumiendo distintos roles. Algunos la verdad más arriesgados que otros pero todos igualmente válidos. Hay quienes prefieren entrar al ruedo, a la arena frente al toro. Estos aunque intenten tener una mirada amplia de la corrida y de la escena, tendrán que concentrarse en esquivar, lidiar y rendir al animal, el cual, en un descuido, los embestiría de frente. También existen los que se acercan a las bardas de protección. Esos, aunque muy cerca del ruedo, prefieren animar a los más aventajados, advertir sobre algunos peligros e imprevistos que su ubicación les permite ver o simplemente observan atónitos. No entran porque tengan miedo necesariamente, sino porque creen que hay otras formas de vencer al animal, porque le tienen compasión o porque sencillamente no les gustan las corridas. También los hay sentados en las gradas, observando la corrida calladamente y anotando todas las cosas que sean posibles de la escena. Estos, muchas veces contagiados por el calor, la algarabía y el frenesí de la gente, a veces gritan, exclaman, o se solidarizan con quien está en pleno ruedo. También pueden asumir una actitud crítica ante las ocurrencias de la audiencia, los toreros o el toro.
Considero que el papel de la antropología entonces es el de enriquecer su quehacer con la multiplicidad de miradas, con la variedad de los roles de sus sujetos de estudio y con las distintas posiciones que asumen sus exponentes. En vez de privilegiar una mirada, una forma de aproximación o un posicionamiento resulta más productivo aprovecharlos todos, no desdeñar ninguno y apoyarse en ellos. Si el papel de los antropolog@s se redujera a emitir juicios sobre los otros- juicios sesgados donde no se puede ser parte y juez a la vez- entonces la disciplina tendría que comparecer ella misma ante una audiencia de sus víctimas.